Caro, muy caro

El alto costo de la “legislatitis aguda”

Sería ideal que esos parlamentarios a quienes de repente les asalta una suerte de “compulsión legislativa” o “legislatitis aguda” se tomaran primero unas vacaciones y luego se dedicaran a las labores que solían practicar antes de ser electos. Nos va a salir mucho más barato, al país digo.

Porque legislar es caro, muy caro. Nos cuesta, literalmente, un huevo y la mitad del otro. Veamos. Mantener cada diputado o senador le sale al erario público unos Gs. 485.000 por hora/hombre u hora/mujer, como prefieran. ¿De dónde sale esta cifra? El Poder Legislativo lastra el PGN con unos Gs. 531 mil millones al año. Saquen la cuenta. Matemática básica.

De manera que cada vez que algún “parliament member” (como dicen los ingleses) sienta los primeros síntomas convulsivos de “legislatitis aguda”, que se haga atender y piense en lo que cuesta todo el proceso antes de perpetrar alguno de los frecuentes esperpentos legislativos que suele exudar el Congreso.

En 2011 los honorables querían aumentar de 45 a 50 los senadores y a 98 los actuales 80 diputados. Por suerte, el dislate no se concretó. Pero aún son demasiados. Aquí hay un legislador cada 52.000 habitantes mientras que en la Unión Europea esa relación es 1/632.000. Y tan mal no le va a la UE.

Otro caso. La honorable que presentó un proyecto para establecer el concurso de méritos para aspirar a un cargo público prefirió ignorar que la ley de la función pública y su decreto reglamentario ya lo han instituido. Que no funcione ni se lo aplique es otra cosa. Pero la ley está. ¿Para qué otra?

Y ni qué hablar del papelón del honorable que se quemó las pestañas rayando una ley que modifica no sé cuántas modificaciones en los estatutos del IPS. Todo al pedo. Hay remedio contra la legislatitis aguda: vacaciones, continuadas de ser posible.

Por Cristian Nielsen

Un comentario en “Caro, muy caro”

  1. La pobreza ética del Paraguay
    Por Benjamín Fernández Bogado

    Noventa días después del inicio de la cuarentena hay cosas que emergen sobre la superficie. Por un lado comprobamos que la mayor carencia del Paraguay es la pobreza ética, aquella que tiene que ver con el uso de los recursos provenientes de cada uno de nosotros que pagamos nuestro tributo y que son mal usados.

    La absoluta indolencia de nuestros administradores que incluso en tiempos de pandemia, de grandes necesidades y graves riesgos para la salud de las personas, se dedicaron a robar, a sobrefacturar, a buscar el beneficio de carácter personal, se frotaron cuando hace 90 días se establecía la cuarentena en nuestro país.

    En ese momento surgían las primeras ideas en torno al volumen de crédito que se iba a tomar, US$ 1.600 millones que sumados a otros recursos, estarían alcanzando US$ 2.000 millones de los cuales se utilizó el 50%, y en muchos de los casos para pagar a personas que no trabajaban, en su mayoría funcionarios del Estado, y especialmente para sobrefacturar en compras de insumos.

    La prensa, la sociedad organizada, algunos legisladores pegaron el grito en el cielo, y pararon lo que hubiera sido una tragada mayor. La sensación que tenemos es que hicimos un buen trabajo en términos colectivos, si comparamos la cantidad de personas muertas en el país comparados con la región, pero que hicimos un pésimo trabajo en términos del manejo por nuestras autoridades de los recursos de todos. En ese sentido reitero, la mayor pobreza del Paraguay es su pobreza ética.

    Me gusta

Deja un comentario