Dolores que no se ven

Esta semana se conmemora el Día Internacional de la Mujer. En el mundo habrá discursos y manifestaciones, algunos con más apoyo que otros tanto de la prensa como de la sociedad.
Si hacen una encuesta espontánea, seguro verán que la mayoría apoya un deseo general y obvio de que la mujer merece respeto a sus derechos; sin embargo, también desconoce qué derechos exactamente. Y ahí empieza un largo desmenuzamiento de causas y grupos. En el feminismo hay diversas corrientes pero fuera del feminismo, es decir sin abrazar ideología alguna, pensando por uno mismo –también y principalmente– hay mujeres que desean una sociedad equitativa e igualitaria. La confusión como método, los exabruptos y el fanatismo reinante nos demuestran cuánto todavía hay que trabajar por la armonía social. Básicamente, quien no se respeta, difícilmente pueda conseguir respeto de otros. Hay, sin dudas, muchas mujeres que no se adhieren a las marchas agendadas del femenino internacional, y no por eso dejan de compartir esperanzas de una sociedad más justa. A millones de mujeres –muchísimas optan por callar para no ser agredidas– no identifica la línea abortista, no están en pugna con sus referentes masculinos y buscan complementación y no contraposición. Tampoco consideran que las mujeres deban tener tribunales de justicia aparte, entre otros gritos del feminismo imperante. En fin, varias cosas que es mejor tocar en otros artículos.

Desde otro ángulo, quisiera recordar algunas frases de mujeres anónimas que han surgido de charlas fugaces y profundas. He tratado de prestar mis oídos y mi corazón al dolor ajeno, y a pesar de lo que pude o no haberlas ayudado, sus confesiones quedaron grabadas en mí: Caso 1. “Me separé de mi esposo. No fue por una infidelidad de él, que si hubiera existido, tal vez, hubiera perdonado. Pero lo que no puedo superar es que me haya robado. Que haya traicionado la confianza que le tuve tantos años. Por suerte, el problema quedó entre los dos, mis hijos siguen teniendo buena relación con su papá”.

Caso 2. “La acompañé a hacerse un aborto porque la vi desesperada y éramos amigas. Éramos muy chicas todavía, le dije a mi mamá que nos íbamos al cine. Ese día la esperé angustiada hasta que aquello acabó. Pero cuando al tiempo volvió a pedirme que la acompañara a lo mismo, me aterrorizó y preferí alejarme de ella”.

Caso 3. “Mi papá siempre me decía que yo no servía para nada. Cuando murió lloré en su funeral porque no quería que pensaran que yo era mala persona. Pero después nunca más lloré por él”.

Caso 4. “Con mi esposo buscamos todo tipo de escuelas que contuvieran a “jóvenes difíciles”, como llaman a los TDAH. Hace un año que decidimos internarlo en un centro de rehabilitación… podemos verlo solo una vez por mes”.

Caso 5. “Mi mamá nunca me quiso como a mis otros hermanos. Mi tía (su hermana) fue mi mamá, ella me adoptó y me dio amor, pero yo no quiero tener hijos”.

Solo unas gotitas del océano de dolores femeninos. Saber escucharnos entre nosotras, también incentiva nuestro crecimiento y fortaleza.

Por Lourdes Peralta

http://www.abc.com.py/edicion-impresa/opinion/dolores-que-no-se-ven-1571165.html

15 comentarios en “Dolores que no se ven”

  1. Un día sin mujeres

    Guido Rodríguez Alcalá
    Con motivo del Día Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado salieron a la calle para protestar por la falta de pan. Las protestas se justificaban porque un invierno demasiado frío había agravado la escasez creada por la economía de guerra; encima una guerra mal llevada, que había provocado un millón setecientos mil muertes y herido a casi seis millones de soldados.

    Los obreros se sumaron a las mujeres, los soldados se negaron a reprimir.

    Aquello pasó el 8 de marzo de 1917, que según el calendario ruso de entonces no era marzo, sino febrero.

    Las protestas siguieron en los días siguientes, el Zar abdicó y tomó el poder el Gobierno Provisorio integrado por liberales, socialistas y comunistas. Aquella fue la primera revolución rusa de 1917, porque aquel año hubo dos.

    En el programa de la primera figuraban la abolición de la pena de muerte, la liberación de los presos políticos, la libertad de prensa y de religión, la igualdad de la mujer, el reconocimiento de los partidos políticos y sindicatos hasta entonces prohibidos. Los comunistas aceptaban las reglas del juego democrático, dice el inglés Terry Eagleton en su libro Por qué Marx tenía razón.

    El Gobierno Provisorio se destruyó, no tanto por el disenso, como por la insurrección del general Kornilov, quien quiso restablecer la vieja represión zarista con un golpe de Estado en setiembre; su insurrección falló y, en contra de lo previsto, consolidó el poder de los comunistas; esa fue la segunda revolución, la de octubre (noviembre en nuestro calendario).

    Al año siguiente (1918) comenzó la lucha entre el Ejército Rojo y el Ejército Blanco (zarista); el segundo contaba con el apoyo de unos 200.000 soldados extranjeros de varias naciones (norteamericanos, ingleses, franceses, japoneses).

    La ocupación extranjera duró hasta 1920 y, aunque vencedora, Rusia quedó destrozada y militarizada en exceso, lo cual abrió el camino a la instauración del régimen totalitario de Stalin años después. Se conocen los abusos de Stalin, se olvidan las aspiraciones populares frustradas por su tiranía.

    Un siglo después, para el próximo 8 de marzo, se organizan manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer en varios países del mundo. En los Estados Unidos, la consigna es un día sin mujeres: que todas dejen de trabajar, tanto en los empleos pagados como en los impagos, para que se note la diferencia, su importancia en la economía y en la marcha de la vida cotidiana. Un día sin limpiadoras, sin cocineras, sin maestras, sin recepcionistas puede ser una manera eficaz de hacer patentes las desigualdades.

    A nivel mundial, son mujeres la mayoría de las personas en situación de extrema pobreza, que en conjunto llegan a los mil trescientos millones. Como promedio, por hacer el mismo trabajo, las mujeres cobran entre 30% y 40% que los hombres. El desempleo, los trabajos mal pagados o simplemente no pagados, afectan más a la mitad femenina del planeta; como la violencia en el lugar de trabajo, que va desde la coacción sexual hasta la muerte.

    A estas razones de carácter general, en los Estados Unidos, se suma la poca simpatía que inspira el presidente Trump a las feministas, dispuestas a demostrárselo.

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  2. La dictadura del pene

    Por Luis Bareiro
    La peor discriminación es aquella incorporada culturalmente por una sociedad y asumida como natural.

    La esclavitud fue una práctica corriente durante miles de años y no fue sino hasta la Revolución Francesa que surgieron voces condenándola.

    Pese a esas primeras críticas, a inicios del siglo XIX seguía siendo común en casi todo el planeta.

    Llevó un largo periodo de guerras e insurrecciones de cien años desterrarla en términos legales, pero sus consecuencias contraculturales siguen impactando hasta hoy en día.

    En los años cincuenta, considerada la década dorada de los Estados Unidos, era rutina que los periódicos informaran del asesinato de ciudadanos afroamericanos cuyas muertes quedaban impunes.

    La sociedad sabía que se trataba de crímenes provocados por odio racial, pero, de alguna manera, el grueso de la población blanca los había asimilado como incidentes inevitables, un fenómeno que afectaba únicamente a la minoría negra y pobre.

    El asesinato brutal de un adolescente negro que estaba de vacaciones en uno de los estados del sur a manos de dos hombres blancos que lo molieron a golpes y luego le dispararon, y la decisión de esa madre doliente de exponer el féretro abierto y darle un rostro destrozado a la discriminación empezó a despertar la conciencia anestesiada de una población embelesada con la ilusión del sueño americano.

    Le siguió la voluntad de hierro de Rosa Park, la mujer negra procesada por negarse a ceder el asiento a un blanco cuando las leyes vigentes permitían discriminar hasta las sillas del colectivo.

    Luego vinieron el boicot al transporte público, la toma pacífica de edificios, las marchas, el ingreso forzado de estudiantes negros a universidades segregacionistas, la prédica de ese gigante humanista que fue Martin Luther King y su inmolación por la causa.

    Hoy sabemos que la diferencia entre un blanco y un negro es apenas un detalle genético minúsculo, la cantidad de melanina que se produce en piel. Y, sin embargo, esa disimilitud intrascendente determinó que una persona tuviera todas las oportunidades o pocas o sencillamente ninguna.

    Un ciudadano del siglo XXI, educado y conectado virtualmente al mundo, consideraría hoy esta historia de discriminación e injusticia un absurdo inexplicable.

    Más o menos melanina no puede marcar la diferencia. Y, sin embargo, ese mismo ciudadano puede que esté de acuerdo con otra forma de discriminación, más antigua que la esclavitud, pero tan vigente como cuando empezamos a caminar erguidos.

    Aún en el siglo XXI las posibilidades de acceder a la educación o de ocupar mejores puestos de trabajo, o los riesgos de ser sometido a violencia física o verbal, de ser acosado sexualmente, de ser considerado una propiedad, de ser explotado depende también de un mero accidente biológico, del azar, de qué espermatozoide llegó primero.

    El miércoles hay un paro simbólico de las mujeres en el planeta. Reclaman algo muy básico; que la vida de todos no depende de si tenés o no un pene.

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  3. Decimos sí a la igualdad y no a la violencia contra las mujeres

    Es inadmisible que muchas mujeres en el Paraguay sigan siendo víctimas de violencia o sean asesinadas por una cuestión de género, o que muchas de ellas sufran discriminación laboral, percibiendo menor salario que los hombres por hacer el mismo trabajo. A pesar de los importantes avances logrados, todavía falta mucho por conquistar la igualdad y sobre todo por modificar positivamente una cultura machista y patriarcal que sigue imperando en distintos sectores de la sociedad, incluyendo a la propia mentalidad de muchas mujeres. En el Día Internacional de la Mujer y en circunstancias de un histórico y simbólico paro a nivel mundial, decimos sí a la igualdad y no a la violencia contra las mujeres, en todos los ámbitos.
    Un total de 11 casos de mujeres asesinadas por sus propias parejas o ex parejas se produjeron apenas en los dos primeros meses de este año, reafirmando que la cultura de violencia machista sigue cobrando víctimas entre las mujeres. Esto, a pesar de que apenas en diciembre de 2016, la nueva Ley 5777, De protección integral a las mujeres contra todo tipo de violencia, creó la figura penal del feminicidio, endureciendo el castigo por el asesinato de mujeres con una expectativa de 10 a 30 años de prisión.

    Esta situación de violencia, que también se da en muchos otros países, ha despertado numerosas campañas y movilizaciones, como la denominada #Niunamenos, nacida en la Argentina, y que se ha extendido a nivel global.

    Es una de la principales reivindicaciones que se esgrimen para el Paro Internacional de Mujeres 8M, que se lleva a cabo en más de 40 países hoy 8 de marzo, declarado el Día Internacional de las Mujeres por las Naciones Unidas, y que contará la participación de diversas organizaciones feministas, sociales y políticas, incluyendo adhesiones individuales, en varios lugares del Paraguay.

    Otro de los puntos más cuestionados es el de la desigualdad laboral. Muchas mujeres siguen cobrando menos por hacer el mismo trabajo que los hombres. Según los datos estadísticos, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 31%. En el caso de las empleadas domésticas, ni siquiera tienen iguales derechos que los demás trabajadores y trabajadoras, debido a la actitud de la propia clase política, con la mayoría de los legisladores que rechazaron varios puntos de un proyecto de ley, oponiéndose a conceder beneficios a este sector relegado laboralmente desde hace muchos años. Actualmente, la mayoría de las trabajadoras domésticas ganan un 40 o 50% del sueldo mínimo.

    La desigualdad también se percibe en el campo de la educación. Un 6,1 de mujeres son analfabetas, frente a un 4,6% de hombres. Un 67,2 de mujeres jefas tiene apenas 9 años o menos de estudio, frente a un 63,3% de hombres en la misma situación.

    También se mantiene mucha desigualdad en las tareas de cuidado y la crianza de los hijos, donde la mayor parte del compromiso recae en las mujeres, aún cuando ellas salgan a trabajar. Tampoco existe igual nivel de participación en los espacios de decisión social o política.

    Aunque se deben reconocer importantes avances, producidos principalmente a partir de las luchas y movilizaciones de las propias mujeres, todavía falta mucho por conquistar la igualdad y sobre todo por modificar positivamente una cultura machista y patriarcal que sigue imperando en distintos sectores de la sociedad, incluyendo a la propia mentalidad de muchas mujeres. Por ello, en este día significativo, una vez más decimos sí a la igualdad y no a la violencia contra las mujeres, en todos los ámbitos.

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  4. La feminización del trabajo

    Por Guido Rodríguez Alcalá
    «Mi papá trabaja mientras mi mamá prepara ricas comidas». Esto decía un texto escolar paraguayo de la década de 1980. Las cosas han cambiado desde entonces por diversas razones, incluyendo la globalización de la economía.

    En todo el mundo, millones de mujeres que antes cocinaban ricas comidas, hoy son trabajadoras independientes. Una de las consecuencias de la globalización de la economía ha sido la feminización del trabajo. Entiéndase del trabajo pagado, porque siguen existiendo las que trabajan sin cobrar.

    A nivel global, las mujeres hacen dos tercios del trabajo (pagado o no), pero reciben solamente el diez por ciento del ingreso y tienen solamente el uno por ciento de la propiedad. Esto dice el investigador norteamericano William I. Robinson, un crítico de la globalización y un estudioso de América Latina (en internet se encuentra buena información sobre él y sus publicaciones).

    Junto con la feminización del trabajo, según Robinson, se ha dado una feminización de la pobreza. El norteamericano concuerda con el francés Thomas Piketty en que las últimas décadas, las de la liberalización o del neoliberalismo, que vienen a ser lo mismo, han sido de menor crecimiento y menor igualdad económica frente a las anteriores. A las anteriores, las que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, se las llama en Francia «las tres gloriosas»: fueron tiempos de crecimiento y de redistribución del ingreso en beneficio de las clases populares.

    Con la globalización, y en esto coinciden Robinson y Piketty con Joseph Stiglitz, los beneficios fueron para las clases de mayores ingresos. El aumento de la pobreza afectó más a las mujeres que a los hombres a nivel global. A nivel regional, Robinson señala que América Latina es la región de mayores diferencias.

    Entre las teorías sobre el subcontinente está la siguiente: el problema de América Latina es la oposición entre un sector moderno y un sector tradicional; el progreso requiere el triunfo del moderno. Para Robinson no existe tal oposición, porque la globalización ha llegado a todos los sectores y la modernización ha sabido convivir con lo tradicional.

    La vieja discriminación contra las mujeres no ha terminado con la llegada de las empresas transnacionales que quieren mano de obra barata: estas emplean preferentemente mano de obra femenina porque le pagan menos (en la industria textil y de la electrónica, ellas representan el 90% del trabajo).

    Tampoco ha terminado la violencia: en zonas dominadas por las maquiladoras no ha disminuido, sino aumentado la violencia contra la mujer (incluyendo la agresión sexual y el asesinato). Sin negar que la globalización haya beneficiado a mujeres de clase media y alta, el autor piensa que el saldo final es negativo y falta mucho para alcanzar la igualdad.

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  5. Mujeres, luchas y muros

    Por Susana Oviedo
    Probablemente las mujeres no nos percatamos de algunos cambios que se fueron dando en la sociedad paraguaya en las últimas dos décadas. Fueron lentos, cierto, muy lentos, pero se están produciendo a favor nuestro, aunque estén en etapa embrionaria o en el papel.

    Hablamos de cuestiones que 20 o 15 años atrás resultaban imposibles de concebir o plantear siquiera, y que ahora están asumidas con mayor conciencia y desde la perspectiva de los derechos, aunque no se hallan completamente internalizadas y vigentes aún. Por ejemplo, el asesinato de mujeres por razones de género, ahora es una figura penal llamada feminicidio y tiene un castigo más severo de pena carcelaria de entre 10 a 30 años.

    En el Paraguay atávico y con un machismo muy extendido aún, también está cediendo el miedo que impide a las mujeres denunciar que son víctimas de violencia doméstica e institucional.

    Lo vemos en las cada vez más frecuentes denuncias ante las comisarías; y recientemente en el caso de una joven de la Pastoral Juvenil de la parroquia de Limpio que lo hizo contra el párroco que la acosaba.

    Y lo hacen pese a que normalmente las instituciones no toman las denuncias con la gravedad que conllevan y que demandan que se adopten varios recaudos para detener el abuso.

    En la práctica, ni las comisarías ni las fiscalías ni las autoridades académicas, ni las empresas e iglesias ni el Poder Judicial están preparados para responder con celeridad, justicia y desde los derechos humanos a situaciones que configuran hechos de violencia contra las mujeres. Menos aún lo está la sociedad en general.

    Hay avances con ciertas leyes y actitudes, cierto, pero estructuralmente cuesta que los cambios sean plenos y esto es alarmante con posiciones como la que asumió hace dos años el titular de la Feprinco, Eduardo Felippo, al aprobare cambios en la «ley de promoción, protección de la maternidad y apoyo a la lactancia materna» que, entre otros puntos amplió de 12 a 18 semanas ininterrumpidas la licencia por maternidad y a 2 semanas, los permisos por paternidad. El empresario advirtió que la nueva norma provocaría despidos y que nadie querría contratar a las mujeres.

    Actualmente está instalado un gran debate sobre la situación de las niñas abusadas, a las que abruptamente les interrumpen la infancia y obligan a convertirse en madres, con todas las obligaciones que esto implica. Una situación que en otra época era ocultada y hasta «normalizada». Por otro lado, es tan alentador que se esté reclamando y trabajando porque las universidades adopten un reglamento contra el acoso sexual.

    Así que hay varios frentes de lucha contra históricos muros, discriminaciones e inequidades. Por eso, los logros siguen siendo muy insuficientes, porque en el Paraguay la pobreza tiene rostro de mujer, los gobernantes poco o nada conocen de derechos humanos, y las instituciones funcionan bajo criterios del siglo pasado.

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  6. Desigual acción de la Justicia ante los casos de acoso sexual

    Mientras la Fiscalía y la Justicia han respondido bien a las expectativas ciudadanas ante una controvertida denuncia de coacción sexual contra un sacerdote, ex párroco de Limpio, imputándolo y ordenando su prisión, sin embargo han generado mucha decepción en otros casos similares, como el que involucra a un docente de la Facultad de Medicina de la UNA o a otro docente de la Facultad de Derecho de la UCA, reelecto para integrar el Consejo de la Magistratura. Las situaciones de acoso o coacción sexual siguen siendo juzgadas o abordadas, en gran medida, bajo parámetros de una cultura machista o patriarcal, que revictimiza a las mujeres y favorece a los hombres acosadores, especialmente cuando estos tienen mucha influencia en las estructuras de poder. Una situación que urge cambiar.

    El caso del sacerdote Silvestre Olmedo, ex párroco de Limpio, denunciado por una joven catequista de haberla acosado y manoseado sexualmente en setiembre de 2016, finalmente mereció una acción decidida por parte de la Fiscalía y la Justicia, que derivó en una imputación por coacción sexual y violación, y el miércoles mereció la prisión preventiva en la Penitenciaría Nacional de Tacumbú, por disposición de la jueza en lo Penal de Garantías, Elsa Idoyaga. Tras un pico de presión sufrido por el sacerdote al conocer la resolución, tuvo que ser internado en un centro asistencial y la prisión se cumpliría en la Penitenciaría de Emboscada.

    A pesar de la múltiples chicanas judiciales presentadas por la defensa del sacerdote y las expresiones de algunos sectores de la jerarquía católica, buscando ejercer una defensa mediática del ex párroco y minimizar el delito cometido, la fiscala Luciana Ramos y la jueza Idoyaga se han mantenido firmes en aplicar la ley, respondiendo positivamente a las expectativas de un amplio sector de la ciudadanía.

    No ha ocurrido lo mismo en otros casos igualmente polémicos, como el que envuelve al docente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción, el médico Juan Gustavo Rodríguez Andersen, a quien una alumna de la carrera denunció por un caso de presunto acoso sexual ocurrido en julio de 2014.

    En este caso se ha cuestionado mucho la actuación del fiscal Julio Ortiz, quien tras haber imputado al docente posteriormente abandonó la acusación y pretendió desestimar el proceso, con el argumento de que la víctima hizo la denuncia luego de los seis meses de haber ocurrido el hecho, por más que el docente admitió haber cometido el acoso. Además, en varias entrevistas periodísticas, el fiscal buscó minimizar el hecho y echar la culpa a la estudiante por aceptar subir al vehículo del docente. Tras una serie de movilizaciones de estudiantes y grupos sociales, el caso ha vuelto a la Fiscalía en espera de una nueva definición.

    Otro caso que ha vuelto a saltar a la palestra es el del docente de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, Cristian Daniel Kriskovich, denunciado por un presunto caso de acoso sexual en 2013, pero que fue desestimado por la Justicia. Sectores políticos y sociales se manifestaron ayer en protesta, cuando el abogado y docente juró como miembro reelecto del Consejo de la Magistratura.

    Las situaciones de acoso o coacción sexual siguen siendo juzgadas o abordadas, en gran medida, bajo parámetros de una cultura machista o patriarcal, que revictimiza a las mujeres y favorece a los hombres acosadores, especialmente cuando estos tienen mucha influencia en las estructuras de poder. Una situación que urge cambiar.

    http://www.ultimahora.com/desigual-accion-la-justicia-los-casos-acoso-sexual-n1067306.html

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  7. Recuérdeme la fecha, plis

    Por Gustavo Laterza Rivarola

    Desde que algunos de los miles de burócratas que pululan en las oficinas de las NN.UU. se les ocurrió entretenerse dibujando un calendario anual con fechas dedicadas, hace poco marcaron el primero de marzo como “Día de la cero discriminación”. A la bobada, bastante difundida hoy, de emplear “cero” como vocablo enfatizador, se sumó otra: la de fijar dos o más fechas para un mismo asunto. Para ese tema, desde 1966, las NN.UU. tenían atribuido el 21 de marzo como “Día internacional de la eliminación de la discriminación racial”. Hubiese bastado con eliminar “racial”.

    Aquí acabamos de conmemorar el “Día de la mujer paraguaya”, seguido muy pronto por el “Día internacional de la mujer”. A lo largo del año habrá más “días de la mujer” con otros agregados. Luego, ambos asuntos se trenzan automáticamente, porque el feminismo considera a la mujer la primera y principal discriminada.

    Hasta hace poco, era común concebir a la mujer como un ser humano incompleto. Creían esto y lo afirmaban pensadores inteligentes, como Aristóteles, San Pablo, Averroes, Tomás de Aquino, Schopenhauer, Freud y varios más. Algunos, como Wilde, más atrevidos, hablaron de “sexo decorativo”. La idea rondaba alrededor de algo que no acabó de hacerse, como una mano de cuatro dedos.

    De igual modo, a los homosexuales y a los zurdos se los trataba como enfermos. Durante bastante tiempo se creyó que los epilépticos y los esquizofrénicos padecían de posesión diabólica. Durante siglos, a los negros africanos no se les reconoció plenamente el carácter de humanos. Hace pocos días, en Nicaragua prendieron fuego a una mujer “endemoniada”.

    En la actualidad, en las culturas líderes, estos males se van corrigiendo; la balanza de la equidad va moviéndose; pero, a veces, el fiel no permanece en el centro sino que se pasa. Más claramente: ahora resulta que haber sido discriminado alguna vez, o estarlo, o creerse tal, o simular estar siéndolo, puede convertirse en una potente catapulta para conseguir ventajas especiales. El secreto radica en victimizarse y lograr convencer.

    La condición de negro, mujer, oriental, indígena, madre soltera, persona pobre, joven, anciano, refugiado, etc., etc., va tornándose idónea para exigir ventajas especiales. A menudo ridículas, como las protestas porque ciertos premios internacionales no se otorgan en igual medida a mujeres, negros o extranjeros, por ejemplo. Son los que quieren que haya un premio Nobel y un Óscar para cada sector, repartiéndose, como los puestos en una lista electoral, con el sistema D’Hont.

    Los que chillan cuando no reciben uno de estos galardones alegan ser víctimas de discriminación. No se les ocurre pensar, simplemente, que no los merecían. Algunas activistas llegan al extremo de pretender que todo se divida por mitad entre los sexos, obviando méritos, antigüedad, finalidades, necesidades; que no exista otra regla superior al “uno a uno”.

    Continúo cuestionando si las fechas conmemorativas sirven para algo realmente; algo más que recordar, de vez en cuando, que hay necesidades, desigualdades naturales e injusticias en el mundo. En estos días, las mujeres se felicitan entre sí por wasap y se dedican frases e imágenes alusivas. Algunos varones también se suman a la fiesta con piropos, haciendo que la fecha luzca como una especie de alegre cumpleaños genérico. ¿Cuánto falta para que la máquina comercial perciba la potencialidad de estas fechas para incrementar el negocio de obsequios alusivos?

    Prefiero suponer que hay maneras más prácticas de revertir la discriminación real. Con el calendario de la NN.UU. pasará seguramente lo del santoral católico, que se atiborró de santos y santas, de vírgenes, beatos y siervos del Señor, que se volvió inmanejable y nadie ya los utiliza ni para escoger nombres para sus bebés.

    Entretanto, la autovictimización está obteniendo éxito en tanto táctica utilitaria eficaz. Yendo por este camino, muy pronto las verdaderas víctimas se nos perderán de vista y no habrá calendario que lo impida. Entonces comenzará el reinado de los oportunistas. Si es que ya no estamos en él.

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  8. Comprar o vender confianza en el mercado bursátil

    Por Alex Noguera

    La confianza es un bien que se denomina perezoso en la Bolsa de Valores. Y es que no todas las bolsas son iguales, ni tampoco todos los productos. Por ejemplo, el precio del café, de la soja o de las naranjas varía cada año según la producción lograda en la zafra. La confianza no. Esta tarda en subir o bajar su cotización y no depende de ninguna zafra, sino de la percepción de cada uno de los integrantes de una sociedad.

    Esta semana, sin embargo, los expertos notaron que nuestro producto en cuestión tuvo una leve variación, se depreció unos puntos. Esa noticia es excelente, ya que según las leyes del mercado, al haber más, el precio baja. Es decir, como habitualmente la confianza es un bien escaso, su valor siempre está por la nubes.

    En el caso de los commodities tangibles –como el café, la soja o las naranjas– la información sobre el clima, las plagas o las áreas cultivadas marcan una tendencia para tener idea del precio que a futuro van a tener en el mercado. Para que suba o baje el valor de la confianza, la información también es esencial, pero no la del clima, sino la que recorre de boca en boca. A veces basta un rumor para que esta se aprecie o, por el contrario, una foto es el detonante para que haya más en el mercado y su valor se deprecie.

    Esta semana una foto en particular inyectó una buena dosis de confianza en el mercado. La imagen de un sacerdote siendo trasladado de emergencia a un nosocomio por haberse descompensado fue el detonante de un número incierto de variables que se dispararon. Una de ellas fue que a la justicia terrenal no le tembló el pulso para medir con su vara a los pecadores. Otra fue que el pecador tomó conciencia de que esta vez su salvación no dependía de quiénes lo protegían, ni de su arrepentimiento, sino de resarcir o purgar el error que cometió.

    Y es que en las leyes de los católicos, el proceso del perdón tiene varios pasos ineludibles que el pecador debe cumplir. Este debe reconocer su pecado, luego debe confesarlo, a continuación debe arrepentirse (verdaderamente), después cumplir la penitencia y finalmente resarcir el daño causado. Cada paso es indispensable y necesario.

    No basta con arrepentirse después de haber matado a alguien, ni aunque uno se prometa a sí mismo no volver a hacerlo. Tampoco es suficiente incluso ir a la cárcel por un par de años para luego disfrutar de por vida con los millones robados. No basta. En el primer caso, queda una viuda o un hijo sin la protección del marido/padre asesinado y el pecador después de purgar su condena debe ayudarlos porque esa desprotección existente es consecuencia de su acto; y en el segundo, debe devolver los millones mal habidos porque ese dinero pertenece a otros, que lo atesoraban con esfuerzo o tal vez con esperanza de sobrellevar dignamente la vejez.

    Con la decisión de la jueza Elsa Idoyaga dos instituciones salieron fortalecidas: el Poder Judicial y la Iglesia. El primero porque dio muestra de firmeza aun ante la presión externa y la segunda porque deja en evidencia a una de las piedritas, que no son ni remotamente mayoría en la roca de San Pedro.

    “Separar la paja del trigo es fundamental. Y es que los buenos son más, muchos más. La confianza crece porque este es el segundo religioso que debe rendir cuenta de sus actos ante los hombres”.

    A través de la historia son muchos los santos y mártires que elevaron la obra de Cristo hasta donde hoy está. Miles de hombres y mujeres reconocidos que pusieron el hombro y dieron su vida por su fe y otros millones de héroes anónimos más que sin un aplauso ni una palmadita de aliciente, diariamente construyen un mundo mejor.

    Separar la paja del trigo es fundamental. Y es que los buenos son más, muchos más. La confianza crece porque este es el segundo religioso que debe rendir cuenta de sus actos ante los hombres, ya que el primero, un sacerdote redentorista, hace poco ya fue condenado a 6 años de prisión.

    Aún hay paja y piedritas que deben ser apartadas para que el trigo adquiera su real valor y para que la sociedad pueda recibir los beneficios de este alimento y se fortalezca en todos los sentidos.

    El bien perezoso esta vez tuvo que moverse y las consecuencias son saludables. Como la levadura en el pan, la confianza se multiplica: con ella, la justicia puede cumplir cada vez mejor con su obligación y la sociedad desarrollarse libre y responsable.

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  9. El día en que el mundo sabrá de las mujeres

    Por Andrés Colmán Gutiérrez
    ¿Como sería este mundo si la mayoría de las mujeres parasen su actividad cotidiana y echasen a marchar juntas por los múltiples territorios del planeta, acompañadas de los hombres solidarios, exigiendo en varios idiomas pero con una sola voz lo mucho que tienen que reclamar…?

    La respuesta la vamos a encontrar, probablemente, el próximo miércoles 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, cuando por primera vez en la historia se intente llevar a cabo un Paro Internacional de Mujeres en más de 40 países, para protestar contra la violencia de género y la desigualdad económica, entre otros muchos reclamos.

    Suena utópico y quizás controvertido. Así como habemos hombres que nos adherimos solidariamente con esta iniciativa, por más que podamos disentir con algunos reclamos puntuales, también hay mujeres que no están de acuerdo y expresan sus diferencias con fundamentadas críticas o con caricaturescas burlas.

    Es conmovedor ver como la consciencia ha ido creciendo frente a la cruda realidad.

    “Que pare el mundo porque nos están matando. Que pare el mundo porque no funciona sin nosotras. Que paren las calles hasta que podamos transitarlas seguras. Que paren los feminicidios, porque nuestras vidas no están a disposición de otros. ¡Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras!”, exhorta la convocatoria al 8M Paro.

    Tan solo en los dos primeros meses del 2017 se produjeron 12 casos de feminicidios en el Paraguay. De 5 situaciones de acoso sexual denunciadas, solo una recibe sanción por parte de la Justicia y todavía hay quien pide “no hacer de una piedrita una montaña”. Una niña “criadita” abusada apenas salva su vida tras ser obligada a ingerir soda caústica por sus tutores.

    Las mujeres campesinas e indígenas son expulsadas de sus tierras comunitarias o ancestrales y obligadas a deambular como fantasmas por las ciudades, convirtiéndolas en vulnerables víctimas para las redes criminales de trata de personas. Las mujeres ganan mucho menos que los varones por similar trabajo y las trabajadoras domésticas están sometidas por ley a la discriminación en el salario.

    Las propuestas de acciones para este 8M son diversas y probablemente tendrán efectos diferenciados. Se plantea realizar un paro general de actividades a las 8.00 en todo el país y una marcha central a las 18.00, en Asunción, desde la Plaza Uruguaya hasta la Plaza de la Democracia. En medio habrán otras actividades en la capital y ciudades como Encarnación, Ciudad del Este, Pilar y Caaguazú.

    Desde octubre de 2016, cuando las mujeres polacas fueron a la huelga, el grito femenino fue creciendo y derribando fronteras, uniendo a colectivos como #Niunamenos en Latinoamérica con movimientos como Women’s March en Estados Unidos.

    Ahora el grito también resuena en guaraní: “¡Roikovese ha roikoveta!”.

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  10. Violencia, política y la educación del sujeto

    Por Gustavo Olmedo
    En tres meses hubo 11 homicidios de mujeres ligados a violencia sexual y/o doméstica, según registros del Departamento de Asuntos Familiares de la Policía Nacional. En otro orden, apresan al amante de una mujer sospechada de matar a sus esposos para cobrar seguro.

    Por otro lado, en la Gobernación del Guairá falsifican la renuncia de su titular, Rodolfo Friedmann, y lo reemplazan en cuestión de horas, mientras se encontraba en plena luna de miel. En tanto, un perito contable es detenido tras cobrar una coima, y un diputado paga a sus caseros con dinero público.

    Todos estos hechos, publicados con destaque por la prensa, nos revelan la situación de crisis y decadencia en la que se encuentra la sociedad paraguaya actual. Pero hablar de sociedad termina siendo abstracto si no miramos finalmente al individuo, a la persona. Y entonces uno se pregunta, ¿qué nos pasa?, ¿qué fenómeno antropológico está en pleno proceso, sin que seamos capaces de percibir o aceptar su origen?

    Hace algunos años, el hoy emérito papa Benedicto XVI hablaba de la «emergencia educativa» exponiendo un punto clave de la formación, el presente y futuro del hombre de nuestros días. Y mencionaba que la crisis deviene de un «yo» incapaz de valorar, respetar y amar al «otro», porque se desconoce a sí mismo y se alimenta de una cultura que promueve un falso concepto de autonomía, en donde el criterio de acción es simplemente el «me gusta» y el usar y desechar. A esto se suma el problema del escepticismo y el relativismo, que impiden al sujeto abrazar ideales que impliquen sacrificio o entrega.

    Creer que la mujer es un objeto o posesión personal, considerar la violencia como mecanismo de solución de conflictos, aplastar al semejante por un cargo político o jugarse la vida y la dignidad por un puñado de billetes, tienen finalmente un solo punto de análisis: la libertad del «yo», uno deformado o desvirtuado, o quizás anestesiado ante los reclamos propios e inevitables de la conciencia. Es el ser humano que necesita educarse en el uso de su razón y libertad. Y la educación requiere de lugares creíbles, espacios concretos, como la familia y la escuela, además de rostros concretos a quienes mirar, porque la teoría no basta. «Todos somos educadores si compartimos con otras personas nuestra propia experiencia… Educar quiere decir implicar al otro en aquello que yo vivo», decía una especialista, añadiendo que formar al ser humano, desafiando su interés, no se resuelve con una didáctica o la transmisión de áridos principios. Y al mirar el preocupante panorama, uno se pregunta, ¿quién nos educa?, ¿las películas?, ¿la publicidad? Y, otra, ¿nos dejamos educar?

    No bastarán leyes ni marchas si no volvemos a mirar a la persona en su totalidad, con sus exigencias de justicia, de ser amada y perdonada dentro de un hogar estable, con adultos atentos y afectuosos, capaces de transmitir un ideal para la vida. A la postre, será la mejor receta preventiva contra la violencia, las relaciones afectivas enfermizas y la degradación de la propia existencia

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  11. Un paro simbólico histórico

    Una jornada atípica muy significativa se vivió ayer en Paraguay y el mundo con el paro simbólico #8M en conmemoración del Día Internacional de la Mujer. En nuestro país, como muy pocas veces ha sucedido, numerosas instituciones públicas, entre ellas el Ministerio de la Mujer, se sumaron de manera oficial a la citada actividad que busca promover la igualdad de géneros y el cese de la violencia.

    Más allá de las interpretaciones sobre la movilización (a favor o en contra), el denominado paro movilizó a numerosas organizaciones en varias localidades, pero las principales acciones se concentraron en Asunción, donde mujeres de todas las edades alzaron la voz para reclamar por el respeto a sus derechos, participación igualitaria y, sobre todo, terminar con la violencia que llega al grado de varios casos de feminicidio.

    Cabe apuntar que la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC) informó recientemente que según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH 2015), del total de la población, 50,62% son mujeres y 49,38% son hombres. Es decir, de una población aproximada de 7 millones en la actualidad, existe una leve diferencia del género femenino sobre el masculino.

    De manera atinada, la ministra de la Mujer, Ana María Baiardi, se mostró cauta en su mensaje oficial, señalando que más que festejo, es mejor conmemorar el día porque a pesar de los avances en materia de igualdad, aún queda mucho para hacer. Afirmó que uno de los desafíos cruciales es la lucha frontal contra la violencia hacia las mujeres. «Reconocemos los avances y las conquistas que las mujeres han logrado a través de las distintas manifestaciones y generaciones, sin embargo, estos deben ser fortalecidos día a día», indicó.

    Igualmente, expresó que uno de los desafíos cruciales «es la lucha frontal contra la violencia hacia las mujeres, situación en la que viven miles de compatriotas de manera cotidiana, lo que nos obliga a acelerar pasos en busca del combate efectivo a este flagelo, así como a su prevención». Mencionó, además, que existe una nueva legislación para luchar contra la violencia, pero apuntó que «se necesita de la acción de la sociedad en su conjunto» para vencer este grave problema en una sociedad aún machista. Coincidimos plenamente en esta apreciación. No podremos cambiar las cosas si la misma sociedad no muestra un cambio, dejando de lado erróneos preceptos respecto a la mujer.

    Desde el Ministerio de la Mujer, además, se impulsa un proyecto de ley de participación democrática que garantice la igualdad de competencia para las interesadas en actividad política y en ocupar cargos de decisión. Aprovechando esta movilización, será importante que el Congreso retome el debate sobre el tema para concretar la iniciativa.

    Si bien la mujer paraguaya es considerada incluso por el papa Francisco como la más gloriosa de América Latina, por su sacrificio y esfuerzo para reconstruir el país, hay que insistir en que hasta ahora sufre uno de los peores males: la violencia. Los índices de violencia contra ellas generan preocupación al punto que se ha creado la denominada ley contra el feminicidio para intentar frenar los casos de asesinato. Solo este año, de acuerdo con los datos oficiales, se han confirmado 10 hechos de feminicidio.

    La Nación, en un artículo especial por el Día de la Mujer Internacional y el paro #8M, detalló que los datos confirman que la situación es grave. De acuerdo con un informe presentado recientemente, se precisó que la violencia doméstica y los abusos sexuales fueron los segundos hechos punibles (delitos) más denunciados en el 2016.

    «La violencia contra las mujeres y las niñas sigue siendo un problema de magnitud global, y una de las variables más persistentes en los procesos de transformación sociocultural, principalmente en países de América Latina, donde Paraguay no está ajeno a ello. En Paraguay se registraron más denuncias de violencia doméstica que el año pasado, mientras que los casos de violencia sexual aún cuentan con baja denuncia», había advertido hace semanas el Ministerio de la Mujer.

    Precisamente la secretaría de Gobierno y ONU Mujeres lanzaron la publicación «Violencia contra las mujeres en Paraguay: avances y desafíos» en el que se especifica que denuncias de agresiones y abusos figuran en el segundo lugar de denuncias, tras los casos de asaltos y robos. Igualmente, se sabe que solo una parte de ellas se anima a tomar esta medida. Es decir, muchos casos no son denunciados.

    El Día Internacional de la Mujer indudablemente, con todas las acciones desarrolladas, no pasó desapercibido. Fue un día lleno de reclamos y pedidos, que deben ser escuchados si deseamos una sociedad más justa e igualitaria.

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  12. Justo reclamo de las mujeres contra la violencia y la discriminación

    Ayer miles de mujeres salieron a las calles, para protestar contra las injusticias de las que son víctimas todos los días. No entraremos aquí a analizar las polémicas generadas con el “yoparo” y “yonoparo”, generado debido a discrepancias respecto al aborto y la ley de género, sino al tema en donde todos estamos de acuerdo; la inadmisible violencia contra el sexo femenino.
    Recordemos que un total de 11 casos de mujeres asesinadas por sus propias parejas o ex parejas se produjeron apenas en los dos primeros meses de este año, reafirmando que la cultura de violencia machista sigue cobrando víctimas entre las mujeres. Esto, a pesar de que apenas en diciembre de 2016, la nueva Ley 5777, De protección integral a las mujeres contra todo tipo de violencia, creó la figura penal del feminicidio, endureciendo el castigo por el asesinato de mujeres con una expectativa de 10 a 30 años de prisión.
    Esta situación de violencia, que también se da en muchos otros países, ha despertado numerosas campañas y movilizaciones, como la denominada #Niunamenos, nacida en la Argentina, y que se ha extendido a nivel global.
    Otro de los puntos más cuestionados es el de la desigualdad laboral. Muchas mujeres siguen cobrando menos por hacer el mismo trabajo que los hombres. Según los datos estadísticos, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 31%. En el caso de las empleadas domésticas, ni siquiera tienen iguales derechos que los demás trabajadores y trabajadoras, debido a la actitud de la propia clase política, con la mayoría de los legisladores que rechazaron varios puntos de un proyecto de ley, oponiéndose a conceder beneficios a este sector relegado laboralmente desde hace muchos años. Actualmente, la mayoría de las trabajadoras domésticas ganan un 40 o 50% del sueldo mínimo.
    La desigualdad también se percibe en el campo de la educación. Un 6,1 de mujeres son analfabetas, frente a un 4,6% de hombres. Un 67,2 de mujeres jefas tiene apenas 9 años o menos de estudio, frente a un 63,3% de hombres en la misma situación.
    También se mantiene mucha desigualdad en las tareas de cuidado y la crianza de los hijos, donde la mayor parte del compromiso recae en las mujeres, aún cuando ellas salgan a trabajar. Tampoco existe igual nivel de participación en los espacios de decisión social o política.
    Aunque se deben reconocer importantes avances, producidos principalmente a partir de las luchas y movilizaciones de las propias mujeres, todavía falta mucho por conquistar la igualdad y sobre todo por modificar positivamente una cultura machista y patriarcal que sigue imperando en distintos sectores de la sociedad, incluyendo a la propia mentalidad de muchas mujeres. Por ello, en este día significativo, una vez más decimos sí a la igualdad y no a la violencia contra las mujeres, en todos los ámbitos.

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  13. Mi amiga Nora

    Por Carolina Cuenca

    Me recibía en su casa con una merienda y la notebook lista para preparar juntas nuestra exposición sobre un tema de interés común, ella la filósofa serena y yo la pedagoga inquieta, ambas paraguayas del siglo XX y XXI. ¿Qué decir a una audiencia internacional sobre la perspectiva de género desde una visión personalista y hacer un análisis crítico de la mujer paraguaya como constructora sociocultural, sin caer en clichés o esnobismos? Tarea que nos propusimos no desde la pretensión del agotamiento intelectualoide, sino desde la pregunta sincera.

    Su hija menor asomaba cabecita y ojazos, y con su pícara pose me hacía pensar más que los textos y los pensamientos encontrados de la ideología de género y de otras teorías (como aquellas desarrolladas en la Escuela de Frankfurt), en la necesidad urgente de esta generación de encontrar pistas de verdad más allá de los panfletos prejuiciosos del feminismo de moda, o del argumento reduccionista de lo «políticamente correcto». ¿Cómo escapar de las garras del pensamiento único y del infantilismo cultural para volver a mirar a la cara la realidad de las cosas? ¿Cómo decir algo real sobre la mujer, sobre la persona que vive y aporta socialmente, si no se parte de la belleza de seres concretos, como la pequeña niña que nos interrogaba silenciosamente?

    Esta anécdota me vino a la mente cuando estuvimos discutiendo sobre la manera más justa de encarar el tema de la dignidad de la mujer, sin caer en abstracciones o reproducir un discurso superficial que «queda bien», pero que no aporta gran cosa.

    Esa niña y su madre con sus preguntas, sus deseos, sus necesidades, pero también con infinidad de posibilidades de aportes creativos al mundo me interpelaban a analizar más a fondo aquello de «la mujer más gloriosa de América, que supo conservar la cultura, la fe y el idioma» de un pueblo, injustamente atropellado y amenazado durante gran parte de su historia.

    Literalmente, los paraguayos les debemos la patria a nuestra mujeres, pero, ¿de qué nos serviría fijar obsesivamente nuestra mirada en las estampas de aquellas residentas que resistieron el genocidio del 70, si no encontramos su equivalente contemporáneo?

    Mi amiga y yo no pensamos exactamente igual, pero vibramos con la misma pasión por la búsqueda de indicios de verdad para explicar el fenómeno cultural paraguayo quizás más ignorado: la construcción de la sociedad civil por parte y con el estilo de la mujer paraguaya.

    Nosotras encontramos mucho. Relacionamos gestos, historias antiguas y recientes, creencias, comportamientos heroicos… pero, sobre todo, yo me encontré con Nora, una mujer brillante, esposa y madre de 5 hijos. Me pasó con ella como con abuela, mamá y tantas otras paraguayas que no hacen estudios antropológicos, ni discursos encendidos, ni marchas. Y, sin embargo, resguardan con su propia forma de vivir un ADN cultural abierto a la vida y a sus desafíos. Una admirable herencia que deberíamos valorar y enriquecer mucho más.

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  14. Nace un país con una cultura más inclusiva

    Por Andrés Colmán Gutiérrez
    Las propias organizadoras no lo podían creer. «¿De dónde ha salido toda esta gente…?», se preguntaban, entre sorprendidas y maravilladas. En la calurosa tarde del miércoles 8 de marzo, la Plaza Uruguaya era una marea humana de predominante color lila, al compás de los cánticos: «¡Señor, señora /no sea indiferente/ que matan a mujeres/ y el Estado sigue ausente…!».

    Myrian González y Carmen Romero, dos pioneras del feminismo en Paraguay, paseaban su alegría por la plaza, emocionadas de no conocer a la mayoría de las y los manifestantes, casi todos muy jóvenes: «Tantos años de venir a marchas con escasa convocatoria, donde siempre nos mirábamos los mismos rostros… y de pronto aparece esta multitud. ¿Qué pasó aquí?».

    No hay datos precisos sobre la cantidad de gente que participó de la marcha central del #8M en Asunción, pero las fotos aéreas tomadas desde los drones muestran a una masa compacta que cubre toda la calle Palma, desde la Plaza Uruguaya hasta la Plaza de la Democracia. Es decir, más de cinco cuadras.

    El dato más revelador, sin embargo, no era la gran cantidad, sino la diversidad de quienes acudieron: gente de todas las edades y de todos los sectores, con banderas y colores distintos, con reclamos diferenciados, pero con algunos puntos claves de concordancia: basta de feminicidios, basta de discriminación, basta de machismo.

    Había muchas mujeres, sí. Admirables mujeres mayores con canas plateadas, que veían con lágrimas de emoción de qué modo los ideales de igualdad por los que lucharon toda su vida, finalmente, hallaban eco en nuevas generaciones. Chicas de universidad y colegio, combativas y radicales, enarbolando nuevos lenguajes y nuevas visiones. Campesinas e indígenas con su mensaje ancestral en lengua guaraní. Mujeres del bañado con sus voces abriéndose camino. Grupos LGBT rompiendo el silencio y la marginación de décadas. Y también muchos hombres apoyando la lucha de sus novias, esposas, madres, hijas, compañeras, amigas. Desandando las prácticas adquiridas desde la cultura del patriarcado hacia una nueva masculinidad.

    Sí, también hubo formas de manifestación extrema que chocaron a los espíritus más conservadores, pero eran voces específicas dentro de un universo amplio, armónico y diverso. Lo que queda de este primer paro mundial de mujeres, principalmente en el Paraguay, es que el sueño de la igualdad feminista ya no es solo una cultura de ghetto, una bandera en manos de «unas cuantas gatas locas», sino que hoy moviliza a un amplio sector de la sociedad, especialmente, a la juventud.

    La marea lila del #8M ha sido una clara señal de que está naciendo un país con una cultura más inclusiva, con una mentalidad más abierta y tolerante. Es un buen signo para renovar nuestras esperanzas.

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  15. Incluir a mujeres campesinas en las políticas de desarrollo

    El paro impulsado por las mujeres el 8 de marzo puso en el debate la situación económica de la población femenina en nuestro país. Si bien la principal reivindicación era la reducción de la violencia, las demandas económicas estuvieron también en el centro del debate, especialmente por parte de las mujeres campesinas, que entregaron a las autoridades sus pedidos específicos dadas las condiciones desventajosas que enfrentan a la hora de garantizar su autonomía económica. Es hora de llenar los vacíos en políticas públicas y garantizar que se incluya a las mujeres campesinas. De otra manera, la permanente alusión acerca de la heroica y gloriosa mujer paraguaya se convierte en un discurso vacío de contenido.
    Paraguay cuenta con un marco normativo que exige al Estado implementar políticas públicas que aumenten las oportunidades económicas de las mujeres y reduzcan las desigualdades que todavía existen con los hombres. En particular, en lo que respecta a las mujeres campesinas, la normativa agraria les da prioridad al acceso y tenencia de tierra; sin embargo, y a pesar de que ellas son jefas en casi un tercio de los hogares en el sector rural, su tenencia de tierra está muy lejos de ser similar a la de los hombres.

    Una situación similar se observa en el acceso a servicios públicos que, a pesar del mandato constitucional de igualdad entre hombres y mujeres, el propio Estado genera desigualdades al excluirlas de la mayoría de estos.

    Los datos disponibles en las encuestas de hogares, en el censo agropecuario nacional y en los registros administrativos demuestran que ellas reciben menos asistencia técnica y menos créditos públicos. Esta discriminación las lleva, finalmente, a tener menos ingresos que los hombres, lo que repercute no solo en su bienestar, sino también en el del resto de la familia, teniendo en cuenta que ellas aportan el fruto de su trabajo. Un tercio de los hogares en Paraguay tiene como principal proveedora económica a una mujer.

    A esta injusta situación se agrega una mayor carga de trabajo doméstico, de cuidado y de producción para el autoconsumo al interior de los hogares. Las mujeres campesinas trabajan en promedio unas 9 horas semanales más que los hombres en estas actividades, según la encuesta de uso del tiempo recientemente presentada por la Dgeec.

    En definitiva, las mujeres campesinas tienen razón cuando demandan mejores intervenciones públicas, especialmente en el área de la agricultura familiar. Ellas producen alimentos indispensables para sus familias, para las ciudades y para la comunidad; sin embargo, sus ingresos y la precariedad de sus condiciones de vida y trabajo dan cuenta de la necesidad de que el Estado asuma mayor responsabilidad.

    Ellas, a pesar de ser pilares fundamentales de la economía familiar, sufren exclusión y discriminación por el propio sector público, siendo que este tiene como principal función la reducción de las desigualdades y la implementación de acciones que permitan a la población, en este caso las mujeres, ampliar sus oportunidades económicas.

    Es hora que las instituciones públicas y las autoridades llenen los vacíos existentes en políticas públicas y garanticen que la implementación de las que ya existen incluya de manera prioritaria a las mujeres campesinas. De otra manera, la permanente alusión acerca de la heroica y gloriosa mujer paraguaya se convierte en un discurso vacío de contenido.

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