Conquista ciudadana

Hoy se cumplen 28 años de aquel golpe militar, liderado por el general Andrés Rodríguez, que derrocó al dictador Alfredo Stroessner, liberando así a nuestro país de las garras de una oprobiosa dictadura que la oprimió durante casi 35 años. A partir de allí, la sociedad paraguaya inició su proceso hacia la democracia y logró, efectivamente, una amplia apertura.
Con sus luces y sombras, el sistema democrático de gobierno instaurado en un régimen de libertad, ha servido para que nuestro país transitara sin mayores sobresaltos por el camino de una convivencia pacífica. La ciudadanía, durante todo este proceso ha sido celosa custodia de las libertades conquistadas y fue ganando espacios de participación y de decisión. Ante los intentos de atropellar libertades, siempre apareció el movimiento ciudadano exigiendo el funcionamiento de las instituciones, y afrontando a cualquier intento de retroceso en el proceso hacia la democracia plena.
La sociedad paraguaya pagó caro estas conquistas. Muchos compatriotas debieron soportar el exilio, las cárceles y la muerte y desaparición, inclusive, para que se logre la instauración de la democracia. El camino para el fortalecimiento tampoco fue fácil y tuvimos que soportar crispaciones y enfrentamientos con sectores retrógrados que añoraban volver al autoritarismo.
Hoy 28 años después, estamos siendo testigos de intentos de violar la constitución para instalar la reelección, respondiendo al deseo de perpetuarse en el poder. La cuestión se torna más preocupante aún cuando se vuelve a recurrir a las mismas prácticas de la época stronista de ataque a cualquier grupo o persona, que critique a los gobernantes o a los funcionarios del gobierno.
Coincidentemente vemos a una justicia, absolutamente obsecuente y sometida al poder político, que se está convirtiendo en el garrote para perseguir a los ciudadanos críticos, recordándonos viejas épocas que ya creíamos estaban superadas.
La ciudadanía debe estar alerta para hacer frente a cualquier intento de cercenar nuevamente las libertades conquistadas, gracias al golpe del 2 y 3 de febrero. El fortalecimiento de los valores democráticos en el país es una conquista ciudadana y como tal debe ser preservada.

11 comentarios en “Conquista ciudadana”

  1. La enmienda es una bofetada a la gesta del 2 y 3 de febrero

    Se cumple el 28º aniversario de la gesta militar del 2 y 3 de febrero que derrocó a la sanguinaria dictadura de Alfredo Stroessner (1954-89) y que instauró en el Paraguay un proceso democrático que, con sus luces y sombras, ha consolidado las libertades públicas cercenadas por la tiranía. El proceso iniciado ha sido duro. Conoció muchos altibajos en el fortalecimiento de las instituciones. Con todo, hasta ahora la nación ha tenido la suerte de vivir en libertad y democracia –si bien con defectos– por el lapso de una generación.

    Supuestamente, el poder del dictador se asentaba sobre la tríada de Gobierno, Partido Colorado y Fuerzas Armadas, pero, en verdad, como él mismo gustaba de recordarles con frecuencia a sus generales, “lo que nos sostiene son los fusiles”. Precisamente, Stroessner cayó cuando esos fusiles que lo sostenían se volvieron contra él, de la mano de su consuegro, el general Andrés Rodríguez.

    Obviamente, en términos de sacrificio humano, para cualquier sociedad es menos costoso impedir el retorno a una dictadura que liberarse de ella una vez instalada, por lo que la mejor garantía de la estabilidad democrática de un país es la estricta observancia de la Constitución Nacional.

    Lamentablemente, en nuestro país tenemos una deplorable experiencia histórica en tal sentido. Tras la guerra contra la Triple Alianza, los vencedores nos impusieron una Constitución liberal, la que en casi un siglo de vigencia jamás fue respetada. Fue sistemáticamente violada mediante los nefastos “pactos políticos”, celebrados entre gallos y medianoche por las élites de los dos partidos políticos tradicionales: el Colorado y el Liberal.

    Si traemos a colación este jirón de nuestra trágica historia política, es porque estamos de nuevo ante un intento de quiebre constitucional que, de no ponérsele freno, podría conducirnos otra vez a la emergencia de una dictadura en nuestro país. Se trata de la aparición de un sector del Partido Colorado que quiere retrotraer al Paraguay a las épocas oscuras de la violación de nuestra Carta Magna, práctica stronista que permitió la consolidación de la dictadura por 35 largos, oscuros y angustiosos años.

    La enmienda de la Constitución para introducir la reelección por la vía que se está impulsando a tambor batiente –expresamente prohibida por ella– es una bofetada a la gesta del 2 y 3 de febrero de 1989, que costó sangre, sudor y lágrimas al Paraguay. De aprobarse este mecanismo ilegal, instaurar luego una nueva dictadura será fácil. De ahí que los habitantes del país no deben quedarse callados ante esta amenaza que pende sobre nuestra democracia.

    Por primera vez en nuestra historia, los paraguayos y las paraguayas llevamos viviendo casi tres décadas en libertad al amparo de una Constitución democrática promulgada tras el derribo de la dictadura. Por razones obvias, de tiempo y circunstancias, ella ha consagrado la prohibición absoluta (“en ningún caso”) de que los presidentes de la República puedan ser reelectos.

    Es por ello que un número cada vez mayor de ciudadanos ve con creciente alarma cómo ciertos sectores de los dos partidos tradicionales que se precian de democráticos están tomando posición a favor de quienes pretenden pisotear los principios constitucionales.

    El crucial dilema que enfrenta en estos momentos la sociedad paraguaya es aceptar pasiva y resignadamente que el presidente Horacio Cartes y los expresidentes Fernando Lugo, Nicanor Duarte Frutos y sus adláteres violen la Constitución Nacional habilitando la ilegal reelección presidencial vía enmienda, o alzarse contra esta inicua pretensión por todos los medios al alcance, como ella lo autoriza en su Art. 138. Si las instituciones democráticas creadas por nuestra ley suprema a los efectos de su observancia no abortan este intento de atropello a la legalidad, el pueblo tiene derecho a reaccionar contra los golpistas y detenerlos.

    El mejor homenaje que se le puede rendir a la memoria de los militares fallecidos y sobrevivientes, que arriesgaron sus vidas en defensa de la libertad de sus conciudadanos en la noche del 2 y 3 de febrero de 1989, es que el pueblo, con el mismo ímpetu que salió a festejar con alegría el derrocamiento del tirano, salga ahora a las calles para repudiar a quienes hoy están empeñados en violar la Constitución Nacional para retornar a una dictadura similar a aquella contra la que ellos lucharon.

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  2. El stronismo no se ha ido
    3 febrero, 2017

    La afirmación es certera por donde se la mire. El stronismo y los stronistas no se han ido en estos 28 años de advenimiento de la democracia que celebramos hoy. Se agavillaron y se fueron para el fondo, en los años iniciales del nuevo tiempo. Pero en la actualidad están con todos de vuelta, navegando como siempre en aguas turbias, llevando como líder y enseña al retoño de “Don Mario”, nada menos que el secretario privado del tirano.

    En esa nave están todos, por el momento solo algunos sacan la cabeza, los demás calladitos, aportado lo suyo, generalmente dinero malhabido que “conquistaron” durante los años dorados de la dictadura y que la democracia no supo recuperar para el pueblo…

    Y generan a la democracia problemas de todo tipo. Convirtieron a gran parte del Senado en una cueva de lobos y, desde allí, torpedean salvajemente al Ejecutivo y todo lo bueno que el mismo intenta hacer, al extremo de extremo de haberse visto obligado de vetar el Presupuesto General de Gastos para este año, porque el que sancionaron era un atentado contra los intereses nacionales.

    Pero existen hechos muchísimo más graves. Por ejemplo, el intento de impedir por todos los medios que se pronuncie la voluntad popular libremente, en un referéndum, que es lo más democrático del mundo, sobre si el pueblo, 4 millones de electores, desea o no que se lleve a cabo el proceso de enmienda de la Constitución para habilitar la reelección, cual es la legítima intención del oficialismo.

    Por su parte, el gobierno pugna denodadamente por el nuevo rumbo prometido al país, pero su buena fe lo lleva a caer en inexplicables celadas, como no haber previsto una acción eficaz contra la maniobra del bloque opositor, cuando presentó el proyecto de enmienda solamente para tirarlo a la basura; algo sin antecedentes en los anales de nuestra historia parlamentaria. Asimismo, la “gaffe” tremenda de las firmas por la reelección, imputable a la cultura stronista de la bases dirigenciales del Partido Colorado. Jamás, como dice Calé, en la “p…vida”, esa instrucción pudo haber partido de HC, ni del gobierno, ni siquiera de la cúpula colorada.

    En este 28 aniversario de la gesta es bueno recordarlo. La Patria está ante un nuevo intento de volver al pasado. La amenaza stronista está latente. Lo demás es cortina de humo…

    Se habla de que HC es el que busca imponer un modelo autoritario, lo tituló el diario de “Don” Acero Zuccolillo, sólo por el hecho de pretender instituir la reelección por un solo periodo, como lo tienen todas las naciones insignias de la democracia en el mundo. Evidentemente, la intención de los “marioabdistas” es llegar a la primera magistratura, apartando del camino al único que con certeza los derrotaría, dada su buena gestión, reconocida por los principales organismos financieros internacionales.

    Es necesario que los demócratas de este país, que permanecen callados, estén atentos para ponerse de pie, sobre todo si esta andanada de atropellos perpetrada por este grupo se mantiene en el tiempo y quiere llegar más lejos.

    Han pasado 28 años, pero no hemos aprendido la lección respecto a los proyectos autoritarios. Lo acusan a HC, pero en el fondo son ellos quienes están medrando-y obrando- en favor de un modelo neo stronista, que si lograra retornar al poder, implicaría la vuelta al oscurantismo, al saqueo inmisericorde de las arcas del Estado y, por qué no decirlo,…al terror.

    No hay que dejarlos llegar. Es la consigna de la hora. Es el homenaje que les debemos a los verdaderos “héroes de la Candelaria”, corolario de la larga lucha de tantos compatriotas que fueron apresados, torturados, asesinados y los que sufieron el destierro.

    Los opositores, sinceros, que están cooperando con ellos, deben reflexionar ahora. Luego las cosas cambiarán y ya será… tarde.

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  3. El 3 de febrero sigue vigente, pese a los dueños de la verdad
    03 Feb 2017

    Se cumple hoy un nuevo aniversario del despertar victorioso, tras una jornada nocturna de tremenda violencia, desde el anochecer de La Candelaria al amanecer de San Blas, que creímos, con cierta ingenuidad, como ya señalaron algunos analistas e historiadores, sería el último de los tiempos oscuros de las dictaduras, las guerras civiles, las persecuciones, las torturas, los destierros y las desapariciones, que, paradójicamente, se radicalizaron tras la victoriosa campaña de la Guerra del Chaco, en la que todos o casi todos los habitantes del Paraguay estuvieron en el mismo frente, hermanados en la defensa de un territorio que el derecho internacional garantizaba como paraguayo.

    Como en gran parte de la América Latina, se inició la etapa del mesianismo de los militares; enseñados a mandar o a obedecer, hicieron todo lo contrario de lo que pregonaban; imponer el totalitarismo vertical y la manu militari para establecer por decreto, por orden superior, con calabozo y con baquetazos “el orden y el progreso”.

    Los militares del amanecer del sanblasazo se rebelaron, por el contrario, con un discurso civilista y un compromiso de construir, con la clase política y la ciudadanía, “un país moderno y democrático”. Un país en el que no hubiera un discurso único y vertical, en el que hubiera democracia, es decir participación con igualdad de derechos de todos los ciudadanos.

    Cabe recordar que el “Parque Jurásico, estronista” ya se estaba derrumbando, tanto por la alianza política de opositores, incluidos colorados en el exilio, que estaban trabajando mancomunadamente en un frente político; que la comunidad internacional y, muy especialmente EEUU, habían concluido que la era de los tiranosaurios ya era insostenible en un mundo que se comprometía cada vez más con los Derechos Humanos y en el que las organizaciones civiles tomaban cada vez más protagonismo.

    Y, finalmente, que los propios colorados que acompañaron las décadas de dictadura estronista, ya no estaban dispuestos a aceptar “un Stroessner por otro Stroessner”.

    La meritoria rebelión de los militares que, al fin y al cabo, se jugaron la vida y hasta la de sus familias, tuvo una base de sustentación, pero todavía quedaban ahí los gérmenes del totalitarismo cultivado por décadas de prebendarismo, privilegios y uso y abuso del poder.

    La Constituyente y la Constitución del 92 marcaron un hito en la ruta hacia la democracia, al frenar las ambiciones de continuismo del estamento militar. Ahí se generó el primer intento golpista, cuando se cerraron las puertas a Rodríguez y, por extensión, a sus parientes. En lo que tenía que ser determinante de frenar el continuismo, fue contundente.

    Cabe reconocer al líder del “febrerazo” que supo digerirlo y dejar avanzar el proceso, pero ya apareció el sucesor del ala estronista del Ejército, Lino Oviedo, que empezó a caldear los ánimos con el apoyo de militares de políticos y de empresarios acostumbrados a los privilegios de la dictadura.

    Como está ilustrado en medios y estudios, el golpe estuvo cerca con su guadaña antidemocrática. No sería el primero ni el último de aquellos tiempos. Hay que reconocer que Oviedo y sus aliados siguieron fraguando, con añoranza, la ilusión de una dictadura maquillada de democracia. Hasta el punto de “robar unas elecciones democráticas”, para sacarlo de en medio al ganador de las internas coloradas, el Dr. Argaña, “hazaña públicamente confesada. Al que terminaron sacándolo vía magnicidio.

    También se intentó el golpe vía ¡Shake!, confesado por Oviedo ante el Congreso, para derrocar a Wasmosy, en la noche en que algunos políticos fueron a ponerse firmes en la Caballería. O la noche en que los tanques bombardearon El Cabildo o la masacre del Marzo Paraguayo. Los golpes al estilo repúblicas bananeras suelen estar sustentados por militares y poderes fácticos que no tienen posibilidad de llegar al gobierno por la vía democrática, pero que pretenden imponer su voluntad, sembrando la discordia en base la apropiación de “la verdad”.

    Los golpes no se dan vía enmienda ni constituyente, ni por consultas populares. Se dan cuando se trata de imponer el pensamiento único y apropiarse de la verdad, como hoy, tratando de usurpar desde cualquier tribuna o medio la atribución de declarar inconstitucionalidades; es decir, cuando se trata de imponer la verdad absoluta de algunos “iluminados” en lugar del debate público. Y, sobre todo, cuando se trata de generar descontento y violencia, con discursos cargados de improperios y vacíos de ideas.

    Es una lástima que haya sectores que aún tratan de manipular la democracia e imponer o deponer el poder fuera de la democrática vía de las elecciones.

    Afortunadamente, como nos enseña la historia de esta transición, los golpistas han fracasado, al menos en su intento de arribar al poder por la vía del cabildeo; han tenido éxito, sin embargo, en hacer aparecer al país como “bananero” y frenar procesos de modernización. Hasta en eso ahora están fracasando, ya que hoy los reconocimientos internacionales califican positivamente al Paraguay y no se dejan impresionar por los improperios.

    La democracia del 3 de febrero, con sus luces y sus sombras, sigue y avanza. Los que trataron de apropiársela y manipularla fracasaron y seguirán fracasando. Sigue vigente el 3 de febrero.

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  4. 28 años de democracia, tras la oscura noche del stronismo

    Incluso con sus imperfecciones, la democracia siempre es mejor que la dictadura. Alfredo Stroessner (1954-1989), el dictador que gobernó el Paraguay por 35 años, dejó una pesada herencia: un país de analfabetismo cívico, con corrupción endémica y desigualdad creciente. Por eso, construir la democracia en estos últimos 28 años no ha sido una tarea fácil para los paraguayos, y por eso también hubo avances y retrocesos. La ciudadanía conquistó derechos civiles y políticos, y sigue aguardando el pago de la deuda social. Pero el país enfrenta hoy uno de sus más grandes desafíos: debe romper con su pasado stronista. No se puede volver a caer en las garras del autoritarismo, con violación de DDHH, persecuciones arbitrarias y cercenamiento de libertades.
    El nefasto sistema político instaurado por Alfredo Stroessner oprimió a los paraguayos durante 35 años. Hasta el día en que otro general, su consuegro Andrés Rodríguez, dio un golpe de Estado, Stroessner rigió con mano dura, persiguió y asesinó a los que pensaban diferente, prostituyó las instituciones republicanas; y con un régimen de prebenda, opresión y clientelismo mantuvo a los paraguayos en la más supina ignorancia de sus derechos y libertades. Por eso el 3 de febrero debería ser celebrado en el Paraguay como una fecha fundacional; ese día comenzamos a dejar atrás un largo y oscuro sistema político, tan cruel como corrupto.

    No hay dudas de que el Paraguay cambió en este periodo de 28 años; sin embargo, el infortunio no quiere permitir que nuestro país deje de dar tumbos y que cada tanto vuelvan las peores pesadillas de nuestro pasado.

    El gobierno de Horacio Cartes está volviendo a imponer una forma de accionar político que nos recuerda a lo más terrible de la dictadura. Además de la ya conocida prepotencia de atrasada raigambre caciquística, se vuelven a implementar estrategias que otrora provocaron un reguero de injusticia y dolor. Violentar las leyes para beneficio de unos pocos y para saciar ambiciones personales es un claro ejemplo de que el stronismo persiste como cultura política, aunque haya muerto como corriente militante.

    Es por eso en que lo que más se parece Cartes a Stroessner es en su intención de retener el poder. El dictador fue reelecto un total de siete veces en 35 años. En este tiempo, el stronismo hizo una Constitución nueva y después la volvieron a modificar para conseguir perpetuarse en el poder.

    Hace apenas un año, Horacio Cartes aseguraba que «hablar de la reelección es una pérdida de tiempo», y le creímos. Desde entonces todo ha ido cuesta abajo. Su pretendido desinterés por continuar en la presidencia se convirtió en una verdadera obsesión. El último capítulo y quizá uno de los más obscenos que se hayan visto en estos 28 años de democracia es el de las famosas firmas reunidas a favor de la enmienda. Entre ellas fueron hallados nombres de policías, niños y hasta muertos.

    Hoy, a 28 años del inicio de la democracia en el Paraguay, debemos celebrar los logros, pero al mismo tiempo debemos comprometernos en mantener las conquistas sociales y políticas. Pero sobre todo, el Paraguay debe decir definitivamente adiós a su pesada herencia stronista.

    La defensa de las instituciones democráticas del abuso de mayorías circunstanciales debe ser un deber moral de todo paraguayo de bien.

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  5. Cuestión de miradas
    03 Feb 2017

    Por Pablo Noé

    Ante los ojos de distintas personas, un árbol puede ser una especie de buena madera para hacer muebles duraderos y de calidad, o ser una planta nativa de cierta región, o un buen paisaje para ser plasmado en una fotografía; o simplemente el lugar ideal para tomar un refrescante tereré, descansando del agobiante calor reinante. El foco de análisis de cada caso estará centrado en el mundo interior de quien describe un hecho, con el prisma indiscutible de su formación personal e intereses como orientadores de sus opiniones.

    Este ejemplo puede repetirse en todos los casos y la estructura será esencialmente la misma. Desde ese punto de partida es interesante hacer una descripción de lo que implica un hecho histórico para la sociedad paraguaya, como lo es indudablemente el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989, que derrocó al sangriento dictador Alfredo Stroessner, quien gobernó el Paraguay con mano de hierro, durante más de 34 años.

    Cada aniversario de este suceso divide las aguas respecto a la implicancia de este régimen, que para muchos sigue siendo una etapa de “paz y progreso” para la República, mientras que para la otra porción de la población, el dolor y el atropello de derechos fundamentales para las personas marca este periodo cruel para el país. Aplicando el razonamiento inicial, podemos concluir que los intereses y motivaciones particulares llevan a que cada persona tenga una mirada puntual de acuerdo a como incorporó esta fase a su vida. Este aprendizaje está marcado por los beneficios o privaciones que sufrió durante este tiempo.

    Cada aniversario de este suceso divide las aguas respecto a la implicancia de este régimen, que para muchos sigue siendo una etapa de “paz y progreso” para la República, mientras que para la otra porción de la población, el dolor y el atropello de los derechos fundamentales para las personas marca este periodo cruel para el país.

    En este punto entramos en una cuestión que debería ser revisada a profundidad por la sociedad paraguaya: la manera en la que vamos construyendo nuestra historia, la forma en la que asumimos ciertas situaciones y como vamos escribiendo nuestro legado para las generaciones futuras. En este aspecto, las evaluaciones deberían invitarnos a una reflexión profunda. Porque fallamos al no establecernos parámetros optimizados de lo que fue verdaderamente este régimen, al que seguimos describiendo hasta de manera antojadiza, puesto que la consolidación de un relato sistematizado, siempre se ve opacado por expresiones de deseo y de tergiversaciones interesadas. Esta realidad deviene del fracaso del proceso social, educativo y cultural de debatir a profundidad y con elementos contundentes lo que implicó la dictadura stronista.

    Por eso, en lugar de celebrar 28 años de democracia, recordamos el tiempo en que el tirano se alejó del poder. De acuerdo a la mirada de la gente, podemos entender que resulta casi imposible que la ciudadanía analice un régimen que trajo muerte, persecución y pobreza a un país, y que en lugar de nostalgia se nutra de elementos objetivos que demuestren lo nefasto de su gestión para el país. Mas todavía cuando la misma gente sigue sufriendo por falta de oportunidades en educación, salud, empleo y posibilidades para tener acceso a una vida digna. La democracia se limitó a darnos chance de opinar y elegir, sin acompañar de manera efectiva los deseos de las personas.

    En este contexto de carencias de debate, es entendible que cualquier abuso en el ejercicio de poder –absolutamente cuestionable y que peligrosamente se repite con mayor frecuencia– pueda ser comparado con la dictadura de Stroessner, olvidando lo que verdaderamente significaba vivir en ese tiempo. Los calificativos magnificados buscan apuntalar críticas y no fortalecer un proceso de debate profundo que mejore la calidad de la democracia. Nos agotamos en las luchas intestinas olvidando que para fortalecer a una nación es fundamental consolidar nuestra historia para no repetirla.

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  6. Retroceso

    Por Rafael Montiel

    Pasaron 28 años de la caída de la dictadura del general Alfredo Stroessner, pero los pilares de la democracia están endebles, resquebrajados y apenas sostenidos. Muchos deberes que cumplir y errores que corregir tienen las autoridades del país en esta transición hacia la democracia. Una las obligaciones es garantizar la seguridad, combatir la corrupción, sancionar a los delincuentes; promover la igualdad y buscar el bien común.

    No hay avances en salud, educación, trabajo, seguridad ciudadana ni en desarrollo social. Se elevaron los niveles de pobreza y extrema pobreza. Hay 700.000 paraguayos que no alcanzan un plato de comida en el día, lo que demuestra que la desigualdad social va en crecimiento y la ola de delincuencia y la marginalidad aumentaron en detrimento de la tranquilidad y la paz social.

    Los políticos, salvo honrosas excepciones, promovieron la corrupción, la mentira, la doblez y se convirtieron en mercaderes de la política. No les interesa su comunidad ni el país; acceden a cargos de poder para beneficios personales y de grupos. No hay formación cívica ni ciudadana ni conciencia para superar los problemas políticos, sociales y económicos.

    Durante la dictadura, en las postrimerías de la década de los años 80, la opinión pública decía que el país estaba en manos de forajidos. En la actualidad existe esa misma sensación con serios riesgos de volver al pasado, pero con mayores niveles de inseguridad y elevado índice de problemas sociales.

    Se logró la libertad, pero fueron socavados los demás principios democráticos como el respeto a la Constitución Nacional y las leyes y a las instituciones. Se perdieron los valores como la justicia, la igualdad y el estado de derecho.

    Las autoridades tienen la obligación de gobernar y promover el desarrollo y fortalecer la democracia, con dedicación, trabajo y honestidad. Dedicarse a la politiquería criolla, fomentar peleas y divisiones causa mucho daño a la patria.

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  7. Días fastos

    Por Gustavo Laterza Rivarola

    Al tres febrero, día del Patrón Señor San Blas, le despojaron de su condición de feriado nacional, que siempre fue. Porque esta fiesta, según las crónicas, es la más antigua del país. Se tienen noticias ciertas de que ya se la celebraba en los primeros días de la Colonia en el lugar que hoy conocemos como “Chacarita alta”.

    Esta conmemoración es el equivalente masculino del 8 de diciembre, día de la Virgen de Caacupé, también patrona nacional. En este caso, pues, quedó firme la Patrona pero el Patrón fue destituido. De más está decir que esto hizo trizas la equidad de género; aun así, ninguna dirigente feminista tomó nota del hecho ni se quejó formalmente, hasta ahora.

    No menos significativa es esta fecha si la asociamos al derrocamiento de Alfredo Stroessner, hecho singular que, como la independencia nacional, comenzó en la víspera y culminó en la madrugada siguiente. El insigne y recordado docente y pensador católico Adriano Irala Burgos acuñó entonces una metáfora feliz para eternizar el acontecimiento histórico: “la noche de La Candelaria y el amanecer de San Blas”, respetando puntillosamente –ahora sí– la equidad aludida anteriormente.

    Mas, así como se pasa de largo aquella evocación religiosa, tampoco se celebra esta gran fecha profana con la diligencia y la solicitud que merece. En tiempos de Stroessner, la actitud ante la memoria heroica era del todo diferente; entonces sí se recordaba, se exaltaba, se reataba una y otra vez el hilo de la historia en una urdimbre interminable. Veamos.

    Si recuerdo bien, el 26 de febrero (1949) era del glorioso retorno del exilio de Stroessner, coincidente con el recuerdo del fallecimiento del centauro de Ybycuí, un acaso astral, quizás estrella de Belén anunciadora del mesías. El 4 de mayo (1954) había petardeo y salutaciones por el providencial ascenso de Stroessner al control del destino de glorias. El 15 de agosto (1954) se conmemoraba el inicio de la Segunda Reconstrucción. El 29 de setiembre (1932), el bautismo de fuego del rubio cadete, en la batalla de Boquerón. El 13 de octubre (1951), el advenimiento al cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación (con 38 años de edad, el más joven de América y del Paraguay, después del Mariscal López, que lo consiguió a los 18).

    El 3 de noviembre (1912): el real onomástico, fecha feliz, celebrada con besamanos, sarao nocturno, ambigú surtido y ejecución de polcas alusivas, como aquella de alegre compás, de Samuel Aguayo, que comenzaba con el verso “General Stroessner ndéko artillero, corazón de acero de mi Paraguay”, repetida por los músicos cuantas veces fueran solicitadas. Finalmente, el primero de enero también se tenía por fiesta particular del General. Desde la madrugada, luego de la festiva vigilia de embuches, brindis y bailes, largas columnas de subalternos leales (incluidos diplomáticos) debían acudir de madrugada a desfilar por Mburuvicha Róga, a desear al noble jefe buen año y larga vida.

    Este era el almanaque stronista. En las sesiones de los días cercanos a estos días fastos, los legisladores y concejales oficialistas se manoteaban el micrófono para proclamar su admiración, bien nutrida en adjetivos laudatorios dedicados al reconstructor. Los funcionarios públicos solían tener medio feriado, que a menudo se convertía en feriado completo. ¡Eso era vivir!

    Todos los meses del año contenían al menos un día feliz; menos julio, maldecido por los dioses olímpicos. Luego vino la hecatombe; el general Rodríguez se enseñoreó de la corona y del calendario, extirpando unos cuantos feriados tradicionales. Así se borraron, segados por la afilada hoz del nuevo régimen, el 3 de febrero, el 15 de mayo, el Corpus Christi, el 22 de setiembre (Curupayty) y el 12 de octubre. Se conservaron el 12 de junio y el 29 de setiembre, contra viento y marea, mediante la súplica castrense. El General Rodríguez argumentaba que había que trabajar más. Los empresarios decían que había que pagar menos salarios y jornales extraordinarios. Dos voluntades patrióticas aunadas en una misma determinación.

    ¡Qué lindo feriado era el tres de febrero! ¡Cuando éramos felices y no lo sabíamos!

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  8. Democracia imperfecta antes que dictadura

    Por Alberto Acosta Garbarino
    La semana pasada se cumplieron 28 años de la revolución del 2 y 3 de febrero de 1989, que posibilitó la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner y el inicio de un periodo democrático inédito en la historia del Paraguay.

    No fue casualidad que este hecho histórico ocurrido en nuestro país haya coincidido en el tiempo, con procesos similares de democratización en todos los países de América Latina.

    Sin lugar a duda, la presión interna ha sido un factor importante para el advenimiento de la democracia en la región.

    En 1983 en la Argentina, los militares tuvieron que entregar el poder como consecuencia de los incontenibles reclamos ciudadanos por la derrota en la guerra de las Malvinas; en 1985 en el Brasil, los militares tuvieron que ceder ante el multitudinario movimiento social que exigía Directas Ya; y en 1988 en Chile, el dictador Pinochet tuvo que iniciar el proceso de entrega del poder como consecuencia de su inesperada derrota en el plebiscito donde la ciudadanía le dijo NO, a su continuidad en el gobierno.

    Si bien la presión interna fue importante, no cabe duda de que la presión externa fue decisiva para precipitar esa avalancha de procesos de democratización en toda la región.

    El prestigioso profesor de la Universidad de Harvard Samuel Huntington en su libro La tercera ola, la democratización a finales del siglo XX indica claramente que esta marea democratizadora solamente fue posible gracias al cambio de la política exterior de los Estados Unidos.

    Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la política exterior norteamericana –en medio de la guerra fría– fue la de apoyar a cualquier tipo de régimen, siempre que sea anticomunista.

    Lo hicieron en el Asia apoyando a sanguinarios dictadores en Corea, Vietnam y en Camboya; lo hicieron en Centroamérica apoyando a Batista en Cuba y a Somoza en Nicaragua; y lo hicieron en Sudamérica apoyando las dictaduras brasileñas y argentinas y a dictadores como Pinochet y Stroessner.

    A finales de la década de los 70, era muy claro que esta política había fracasado rotundamente. En el Asia habían caído en manos del comunismo Vietnam, Laos y Camboya y en América Latina, Cuba y Nicaragua.

    A partir de la década de los 80, la nueva política exterior norteamericana fue la de apoyar a gobiernos democráticos y respetuosos de los derechos humanos.

    A partir de ahí, la presión política y económica externa sumada al descontento interno hizo que todos los países del continente iniciaran procesos de democratización.

    Según Huntington, esta democratización presionada desde el exterior encontraría como principales problemas para su sostenibilidad la pobreza y la falta de educación en la mayoría de los países de la región, lo cual iba a llevar inevitablemente a democracias populistas y anárquicas.

    Sin duda alguna, el profesor Huntington tenía razón, pero la pregunta que uno se formula es, ¿cuál es la opción? Y la respuesta es… no hay otra opción. Como decía Winston Churchill: «La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes».

    El día de hoy recibí por WhatsApp un emotivo video elaborado por mi amigo Pablo Herken comentando su terrible experiencia de torturas recibidas durante la dictadura de Stroessner. Este video me hizo recordar los últimos días de mi padre, que en su lecho de enfermo tenía alucinaciones y rememoraba su terrible paso por el Departamento de Investigaciones de la dictadura stronista.

    Hoy que festejamos los 28 años del inicio de nuestra democracia, podemos decir que la misma tiene muchos problemas y que no es perfecta, pero es el mejor sistema político que el ser humano haya creado.

    Como si fuera un jardín, cuidémosla, perfeccionémosla y defendámosla, porque creo que casi nadie quiere para nuestros hijos la misma sociedad autoritaria y sin libertades en la que vivieron nuestros padres.

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  9. Tiranos de hoy

    Por Edwin Brítez

    Provoca cierta resistencia cuando hablamos de rebrote autoritario en la actualidad con un ambiente de libertad y participación ciudadana, más aún cuando se compara al gobierno actual con la dictadura de Alfredo Stroessner. Y tienen razón quienes asumen esta postura porque no es lo mismo Stroessner que Cartes ni Cartes que Stroessner. Pero la forma de gobernar de ambos tiene algunos esquemas coincidentes, y el ambiente y contexto en que se desarrollan ciertos acontecimientos son similares.

    El gobierno de Stroessner fue una dictadura sin discusión alguna mientras que el de Cartes es un gobierno con episodios autoritarios que ocurrieron también en la dictadura, pero que en un ambiente de libertad es difícil de sostener y más complicado aún convertirlo en algo sistémico. Se debe reconocer, sin embargo, que algunas situaciones autoritarias de hoy son posibles debido a que no fueron desmantelados aún algunos esquemas autoritarios heredados del stronismo y menos aún la mentalidad de quienes fueron stronistas, y hoy fungen de profesores de la democracia militando en el cartismo.

    No se ha desmantelado, por ejemplo, la partidización de la justicia ordinaria; de la Justicia Electoral, del Consejo de la Magistratura, del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, del Ministerio Público, ni siquiera de la Defensoría Pública. Este esquema de partidización por ejemplo no es resultado de un tirano, sino de varios que operan en sendos territorios, pero de manera coordinada con el fin de matar la independencia del Poder Judicial. O mantenerlo muerto.

    No se ha desmantelado tampoco el clientelismo y el prebendarismo estatales en torno a los cuales existen pequeños o fornidos tiranos que reparten cargos, rubros, combustibles, viajes, viáticos, licitaciones, etc. a cambio de favores políticos y electorales. Estos tiranuelos no pertenecen ya como antes a un solo partido político y siguen teniendo como antes conexiones con algunas figuras privilegiadas del sector privado.

    Cuestiones como estas se heredan de sistemas anteriores que cambian, pero no desaparecen cuando hablamos por ejemplo de otro mal del pasado, la reelección, no es el caso de atribuir a la herencia puesto que con un NO rotundo se termina el pleito. Y cuando no termina el pleito y, en cambio, se permite su desarrollo a pesar de la Constitución en contra y de un sector de su propio partido, es porque deliberadamente se busca repetir la conducta del tirano.

    Los episodios y situaciones de hoy coincidentes con los de la etapa dictatorial de nuestra historia están disponibles en http://www.abc.com.py/edicion-impresa/politica/nuevos-brotes-de-autoritarismo-nublan-la-conquista-de-libertad-y-democracia-1561483.html.

    La ciudadanía debe permanecer alerta ante los episodios autoritarios para evitar con tiempo un retroceso político que puede llevarnos a la repetición de simples hechos o situaciones a un sistema político de fuerza y exclusión, disfrazado tal vez de populismo.

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  10. Elogio de la noche de la Candelaria

    Hace casi ya treinta años. Fue en la víspera de la fiesta del Santo Patrono del Paraguay, el dos de febrero, la noche de la Candelaria. Corría el año de 1989. El nombre de la Candelaria, fiesta sagrada que, según recuerdo, fue advertido por ese agudo observador de nuestra realidad política de entonces, mi querido maestro, el filósofo Adriano Irala Burgos -hijo de aquel gran héroe civil de la contienda del Chaco, don Adriano Irala- en uno de sus acostumbrados “adrianismos”. La Candelaria es la fiesta litúrgica donde la Madre del Salvador, lo presenta en el Templo. Se iniciaba con eso el proceso liberador de la Encarnación. ¿Coincidencia? ¿Puro simbolismo barato? No lo se. Lo único que se no se debe obviar, es que en nuestras vidas y en nuestra historia hay algo más que lo que la razón misma puede explicar. Existe la categoría de la posibilidad.

    El General Rodríguez, a pesar de todo su pasado, se redimía así, con ese gesto, como el gran rey Ciro que dio la libertad al pueblo de Israel oprimido en las tierras de Babilonia. Se rebelaba contra un régimen despótico -que había sido también el suyo- un régimen que iba más allá de la arbitrariedad y la autocracia. Era un sistema perverso al punto que, en estricta mirada racional, nuestra misma razón natural lo rechazaba, aunque su “aceptación” se racionalizaba de mil maneras. Es que nadie quiere ser gobernado de un modo despótico. La dignidad nuestra, como seres humanos, no crece en la violencia ciega sino, en la obediencia justa.

    El estronismo era un despotismo. Y no solo porque despreciaba el bien común ni tal vez por la ambición desmedida de sus paniaguados. Más bien, el carácter despótico del régimen era la concentración absoluta del poder en las manos del déspota. Todo, decisiones y políticas públicas, leyes o estatutos, la Constitución misma, estaban bajo el arbitrio del mismo. No era una república sino de nombre. Era un despotismo “legal”. La república era, al decir de los escolásticos, un “flatus vocis”, un mero nombre hueco de significado. Estos son hechos. No son interpretaciones. Esta era la realidad sin una manipulación interesada. Ese pasado, en su lacerante realidad, forzó al pueblo a rebelarse.

    El estronismo fomentaba las obras materiales. Es cierto. Pero esto es esperado, es lo frecuente de los despotismos. Gran cosa. Es que las obras públicas materiales, por más grandiosas que fueren, no significa bien común, y mucho menos, un modo de hacer crecer la conciencia ciudadana. El déspota no quiere ciudadanos, desea súbditos. El déspota privilegia la materia, no el espíritu, los vicios y apetitos más bajos, no las virtudes cívicas. Las obras son un modo de mostrar su veta “paternal” y su voluntad omnímoda buscando la adulación y el medio propagandístico, de corrupción para controlar, buscando cómplices y no ciudadanos responsables.

    ¿Necesitamos otra noche de la Candelaria para saber esto? Yo no creo en eso, pero sí creo que la devastación cultural y educacional legada por el despotismo, impide reflexionar sobre ese modelo republicano con cierto reposo.

    ¿Para qué seguir? Treinta y cinco años fueron más que suficientes. La noche de la Candelaria, produjo el milagro. La proclama de Rodríguez abría una pequeña puerta: la iniciación de la democratización del Paraguay; la defensa de una causa noble y justa. Pero más de eso no deben hacer los gestos revolucionarios, a menos que los mismos se perpetúen en el poder y hagan añicos los ideales del gesto mismo. El gesto apenas, si es tal, abre las puertas. A Rodríguez, la entonces nueva Constitución, le cortó la reelección. Tal vez no se esperaba que fuera un George Washington.

    La historia, desde entonces, no ha sido sino un ensayo de como ir madurando ese camino sin “insustituibles” luego de entrar en la puerta de la democracia. Yo soy de los que cree que todo logro lleva tiempo y el logro de una democracia madura que confíe en instituciones y no en personas, es un logro lento. Si hay algo que destruye los regímenes despóticos, son los tribunos -como nos recuerda Montesquieu-. Y más aún, si esa democracia aspira a ser de todos y en el autogobierno del pueblo. Mucho más, pues, el ideal pleno de una democracia es ser una auténtica república.

    El pretender que una transformación externa sea suficiente, es una ilusión. Es que, junto a ella, si no cambia la actitud de cada ciudadano, no es nada. Una revolución política puede poner en las manos de los ciudadanos, ciertos resortes de acción política e incluso cambiar modos de contenido social. Pero, en un proyecto político, lo más vital, sin lugar a dudas, no son los medios sino el fin, la idea que se persigue. Y la idea supone un reconocimiento de cuál es el modelo de país que se desea. ¿Es una república? ¿Es solo una democracia populista?

    ¿Necesitamos otra noche de la Candelaria para saber esto? Yo no creo en eso, pero sí creo que la devastación cultural y educacional legada por el despotismo, impide reflexionar sobre ese modelo republicano con cierto reposo. El fin que se desea lograr, que antecede al modo como se quiere lograr dice un principio de lógica, está borroso, huidizo, auto justificado por el dinero, los apetitos y el poder. Pero, la razón humana no es ciega: tiene que ver y saber aquella meta adonde nos dirigimos. Repárese en un punto final: una república, entraña instituciones y no hombres providenciales. Una república es perfectible, perfección que se logra, mirando de reojo a la historia, para no repetir los errores cometidos. Mirar al gesto de la Candelaria que nos decía que un Estado de Derecho no se puede torcer conforme a la voluntad de aquel que ejerce el poder. No “oír” esto, sería -en lenguaje evangélico- como blanquear sepulcros.

    Por Mario Ramos-Reyes

    http://www.lanacion.com.py/2017/02/09/elogio-la-noche-la-candelaria/

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  11. El stronismo nuestro de cada día

    Por Miguel H. Lopez
    El pasado 3 de febrero a la noche, después de las movilizaciones en recordación del 28 aniversario de la caída de la dictadura stronista (1954-1989) y del repudio a ese modelo e ideología aún preponderantes, se produjo un incidente en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas UNA, que terminó sintetizando, como una triste metáfora, lo que todavía representan el pensamiento y las prácticas dictatoriales en el país.

    Pasadas las 19.00 salieron diversos grupos universitarios y de organizaciones sociopolíticas de la ex sede de la Facultad de Derecho bajo el lema Hasta aquí llegaron. Concluida la protesta, los estudiantes regresaron hacia las 21.00 para recoger sus cosas o asistir a la última hora de clase. Las puertas estaban cerradas y la explicación del portero fue que ya nada había. Reclamos, presencia policial y repudios de por medio, lograron que un grupo pasara. Adentro había actividad y estaban los directivos del Centro de Estudiantes. Hubo discusión, careos y acusaciones.

    Más allá de las confrontaciones que terminaron desnudando serias desavenencias entre estudiantes de la Escuela con miembros del Centro, hay dos elementos que emergen preocupantes de lo sucedido. Por un lado la vieja práctica de cerrar las puertas para evitar que personas que no son del mismo pelaje ideológico ingresen al espacio universitario (que si es público es de todos y debe ser abierto); y por otro, el pensamiento conservador nacionalista de cierta dirigencia estudiantil que lleva a exabruptos como acusar, despreciar y excluir a otros por vestir short, zapatillas, pensar diferente y ser zurdo.

    La historia enseña que todos los nacionalismos siempre terminaron consolidando prácticas fascistas con muchas veleidades provenientes del nazismo hitleriano. La mayoría de los crímenes contra los otros en nuestras sociedades son cometidos teniendo como motivación preponderante a cierto nacionalismo patriotero.

    Es entonces cuando hallamos que ciertos rasgos del stronismo siguen intactos: Sectores de la juventud alienados por un pensamiento felonista, persecutorio y excluyente. Y una práctica estigmatizadora de lo diferente y un discurso criminalizante contra quienes protestan o cuestionan el modelo y el poder de turno.

    Bajo la dictadura stronista las carreras como Sociología habían sido perseguidas y clausuradas para evitar “criar marxistas”. Hoy, sectores del estudiantado y del profesorado de esas carreras alientan ideas similares, en unas ciencias que tienen como fundamento entender procesos y sus contextos, y producir alternativas contrahegemónicas y democratizadoras.

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